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El mundo según los mayas. Cartografia y escritura maya

Los mayas son el único pueblo prehispánico que nos ha dejado la posibilidad de compartir sus pensamientos y su historia. A través de su escritura jeroglífica, y a pesar de que aún no ha sido descifrada por completo, podemos conocer muchas cosas de su historia, de su religión y de cómo imaginaban el mundo. En sus códices escritos en corteza de maíz, en sus estelas, en sus monumentos y en su cerámica, dejaron reflejada su propia idea del mundo, su particular cartografía del universo.

Los mayas nos han dejado el valioso legado de la escritura, la única escritura nativa de América que alcanzó cierto grado de desarrollo. Los arqueólogos han trabajado en ella durante décadas para llegar a comprender el mensaje de los signos alineados que conforman la escritura maya, pero todavía tienen ante sí una tarea inmensa: descifrar los miles de estelas, dinteles de piedra, altares de estuco, pinturas murales, cerámicas e incluso libros hechos con corteza de árbol que se conservan. Todavía no se ha encontrado una “piedra de Rosetta”, que permita descifrar totalmente la escritura jeroglífica que utilizaban los escribas mayas y los trabajos realizados sólo han podido identificar una tercera parte de los más de 850 caracteres que se conocen. Se trata de una auténtica labor de detectives, que poco a poco ha permitido descubrir las secuencias dinásticas de los gobernantes de las principales ciudades, su estructura política, las luchas entre familias reinantes y pueblos vecinos, pero queda mucho por descubrir. Se sabe por ejemplo que las inscripciones de los monumentos narran sucesos históricos, mencionan los nombres y títulos de los reyes, y seguramente la sucesión de conflictos en las regiones tropicales de Centroamérica.
Los mayas también dejaron memoria de su historia, costumbres y rituales en bellos libros ilustrados, conocidos como códices, que elaboraban con papel de corteza de amate o cuero de ciervo. Dicen los investigadores que debía de haber centenares y hasta miles de códices antes de la llegada de los españoles. En la actualidad tan sólo se conservan tres.

Diego de Landa, el primer mayista

Todo hubiera sido más fácil si a un obispo de Yucatán, Diego de Landa, no hubiera tenido tanto celo religioso. Este obispo de los primeros tiempos de la conquista ha pasado a la historia como el hombre que quemó los libros mayas. En julio de 1562 el franciscano Landa ordenó en Maní (actual Ticul, en Yucatán) la destrucción de 27 rollos jeroglíficos y 5.000 ídolos. “Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sentían a maravilla y les daba pena”, explica el propio Landa en su “Relación de las cosas del Yucatán”.
De la hoguera se salvaron tres códices originales y por ellos sabemos que los libros mayas servían sobre todo como guías o manuales para los sacerdotes y adivinos. De todos los códices que se conservan, el de Dresde es el que ofrece más información, un auténtico tratado de astronomía. Gracias a los códices sabemos también cómo se imaginaban y representaban el mundo.

Paradójicamente fue el mismo Landa, destructor de la memoria escrita de los mayas, el autor del libro más importante sobre sus prácticas y costumbres, gracias al cual hoy sabemos muchas cosas de aquel pueblo. Se trata de la “Relación de las cosas de Yucatán”, redactado hacia 1565, y que abarca casi todos los aspectos de la vida maya en el siglo XVI, desde el clima, la vivienda o las costumbres funerarias y matrimoniales, hasta el calendario y los sistemas de cálculo. Landa está considerado como el primer mayista, y su Relación, el primer punto de partida de los estudios sobre la cultura maya. Entre los puntos que aborda el franciscano destaca el de la escritura. Landa se sintió atraído por los extraños símbolos gráficos que veía por todas partes y se dedicó a hacer preguntas entre los mayas del siglo XVI. Sin embargo partía del error de creer que los mayas empleaban un alfabeto similar al europeo y lo que hizo fue transcribir el conjunto de letras cuyos sonidos mejor correspondían al lenguaje hablado.

No fue el único de los cronistas hispanos del siglo XVI que nos dejaron descripciones de primera mano de la escritura maya y de otros aspectos de esta cultura: el oidor de la corte en Yucatán, Tomás López Mendez, en 1533, hizo esta descripción de la escritura maya: “una clase de letras y caracteres que los habitantes de esta provincia emplean me fueron enseñados a mi. Ellos dibujan arabescos, y por medio de éstos hacían relación de sus asuntos y sus historias (…), y tratados sobre sus idolatrías y su falsa religión (…)”. También hubo otros que trataron la cuestión, como Diego López de Cogolludo, en su “Historia de Yucatán”, Francisco Ximénez en su “Historia de la provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala”, Antonio de Ciudad Real, Joseph de Acosta o Bernardo de Lizana. Hubo más cronistas que dejaron pistas, aunque algunos documentos valiosos de esta época se perdieron, como el diccionario y una gramática escrita por Avendaño y Loyola en el siglo XVIII de especial trascendencia ya que Avendaño estuvo en 1696 en Tayasal, el último reducto maya que se rindió, en 1697 un año antes de la rendición total de este pueblo milenario.

Una cartografía simbólica
Por los tres códices mayas que se conservan y por lo que los primeros cronistas de la conquista transmitieron, sabemos que el pueblo maya creía que la superficie de la Tierra era plana, como un cocodrilo de piel muy rugosa. Sin embargo, su representación era la de una tortuga, con su caparazón curvo. El universo tenía la forma de una mesa cuyas esquinas se asociaban a la salida y a la puesta del Sol en los solsticios, mientras que el centro representaba el paso del Sol por el cenit. Sobre la tierra se elevaba el cielo dividido en trece compartimentos dispuestos en trece capas horizontales o en siete niveles en forma de pirámide escalonada, y por debajo había nueve mundos inferiores en los que posiblemente reinaban los nueve señores de la noche.

En los códices de los mayas no aparecen mapas tal y como los conocemos hoy, pero sí hay representaciones del mundo. Así por ejemplo, aparece representada la tierra como un cuadrilátero ordenado, utilizando los colores con un significado religioso y mágico. Cada lado del universo aparece con un color asignado: el rojo era el sol en su despertar, el oriente, de donde llegaba todo lo bueno: las lluvias, las ciencias, las artes. El negro era el inframundo, el color de occidente. El blanco estaba al norte y el amarillo, al sur. El color verde-azulado ocupaba el centro y evocaba el color de la vegetación y el agua.

Lo cierto es que, aparte de estas representaciones simbólicas y religiosas del mundo, no se sabe mucho sobre la cartografía indígena del Méjico prehispánico, e incluso se ha discutido sobre si los habitantes de Mesoamérica en la época anterior a la conquista elaboraban o no mapas. Hoy parece comprobado, gracias al estudio de las pictografías o códices mayas, mixtecas y nahuas, que existía una grand tradición de elaboración de mapas entre los pueblos de Mesoamérica, como lo testimonian diversos cronistas y lo demuestra la abundancia de planos y mapas hechos por manos indígenas en los años posteriores a la conquista.
Parece pues probado que la tradición de hacer mapas tiene raíces muy antiguas en Mesoamérica, pero no se ha encontrado hasta ahora ningún mapa o plano pintado antes de la conquista, tanto por lo perecedero de los materiales en que estaban fabricados, como por el celo de algunos clérigos como el franciscano Landa, en su eliminación. Se piensa que se guardaban en recintos especiales y se reproducían los ya existentes. Eran bocetos que servían para trazar los itinerarios de ruta para los mercaderes y para los guerreros en campañas de conquistas o en expediciones de recolección de tributos, para los peregrinos que visitaban los centros religiosos y en general para todos los viajeros que se desplazaban. Los dirigentes debían tener también registro de las tierras que conquistaban y de las que querían conquistar, dibujadas con su glifo correspondiente. Es decir, los mapas de antes de la conquista debían de cumplir funciones similares a los de la época moderna, pero no han llegado hasta nosotros.
Los cartógrafos están convencidos de que también en el terreno de la cartografía se produjo un encuentro de dos mundo son la llegada de los europeos, y que mostrar sólo los mapas de manufactura y estilo europeo sobre la época, es otra de las unlateralidades de la cultura occidental que debe empezar a corregirse. La tarea es difícil, dada la destrucción de códices, pero se puede intentar descubrir mucho del lenguaje y estilo de la cartografía indígena prehispánica estudiando los escasos códices que perduraron y sobre todo las pictografías, mapas y planos que los pueblos indígenas siguieron produciendo en la época colonial, especialmente para servir como elementos de prueba en litigios sobre tierras. www.sge.org
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